martes, 16 de noviembre de 2010

Cartas de Pilar Rahola de bienvenida del Papa a Barcelona

¡Bienvenido a Barcelona!


Wojtyla surfeó sobre los retos actuales, pero no hizo submarinismo; Ratzinger es un pensador

Pilar Rahola

Debió de ser por esa tendencia mía a nadar contra la corriente, cuando la marea parece demasiado previsible. Lo digo porque a diferencia de la mayoría, a mí nunca me gustó el estilo Wojtyla, sobrecargado de efectos mediáticos, tan inmerso en la cultura del espectáculo, que su entierro pareció el de una estrella de rock. Era casi como una especie de Madonna de lo religioso, y su enorme carisma popular nunca casó con un pontificado rico en conceptos profundos. Para decirlo con una metáfora al uso, Wojtyla surfeó sobre los grandes retos de su tiempo, pero nunca hizo submarinismo.

Ratzinger, en cambio, siempre me pareció un pensador importante y cuando tuve la ocasión de leer su diálogo sobre la razón y la fe con Jürgen Habermas, que se celebró en la Academia Católica de Baviera en el 2004, me convencí de que, además de profundo, este hombre era valiente, no en vano asumía los retos más complejos de la modernidad. Lógicamente, sus postulados y los míos distan tanto como la misma razón y fe de su diálogo, pero si algo resulta estimulante es el debate de ideas confrontadas, especialmente cuando debajo de ellas hay mucha lectura y mucha reflexión.

Al fin y al cabo, lo enriquecedor no es coincidir en las respuestas, sino atreverse a formular las preguntas difíciles. Y sin duda Ratzinger es un hombre que se interroga.

Por supuesto, ello no acalla las críticas que deben hacerse al Vaticano, especialmente en cuestiones socialmente hirientes. Pero también es cierto que desde Juan XXIII no se había visto un Papa más decidido a poner foco en los rincones más oscuros de la Iglesia. Y sus postulados respecto al islam o a la relación con la secularidad son de alto vuelo. Ahí está su discurso en Westminster.

Veremos cómo sigue, pero, sin tantos aspavientos y con menos carisma que otros, Ratzinger demuestra una categoría intelectual que sin duda enriquece su papado.

De momento, lo tendremos en Barcelona y, como era de esperar, su visita ha concitado todo tipo de polémicas, desde las más razonadas, como las de los vecinos, hasta las más estúpidas, intentando arrimar el ya jurásico discurso anticlerical al molino político.

Personalmente, estoy encantada de su visita, y no sólo por lo obvio: pone a Barcelona en el mapa, consagra un monumento histórico, es el líder espiritual de miles de nosotros, hablará en catalán, etcétera.

Además, creo que este Papa desea fervientemente construir puentes de diálogo entre religiones, y esa voluntad, en los tiempos actuales, es una actitud luminosa.

Bienvenido, pues, Sa Santedat. Bienvenido en nombre de algunos de esos no creyentes como yo misma que no confundimos nuestras convicciones con la mala educación y que pensamos que el diálogo entre razón y fe es uno de los más profundos que pueden darse.

Bienvenido y gracias por culminar el sueño de Gaudí, que es el sueño de miles de catalanes.
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Segunda parte

No entiendo los aspavientos porque el Papa esté por la familia o contra del aborto; ¿esperaban un hippy?

Pilar Rahola

Varias reflexiones, al albur del histórico viaje de Benedicto XVI a Barcelona. La primera, el éxito.

Un éxito sin paliativos, por mucho que se intente tirar agua descreída a tan sacro vino.

Ciertamente no sé si los miles de personas que había en las calles eran menos de las esperadas, pero los datos de audiencia de la televisión son muy rotundos.

Que el 33% de la audiencia televisiva estuviera viendo una misa que duró tres horas, más el ángelus, significa un nivel sólo equiparable al fútbol.

Por supuesto, debió de ayudar la magnífica realización que hizo TV3, de una belleza plástica extraordinaria, pero la paciencia de tres horas requiere algo más que belleza, requiere convicción.

Y aguantó el 33% de media.

Quizás el éxito de una visita de estas características, en pleno siglo XXI, tiene más que ver con la televisión que con la calle.

Además hay que sumar el éxito internacional que este acontecimiento significa tanto para la Sagrada Família como para la propia Barcelona, cuyos ingresos turísticos no dudo que aumentarán sensiblemente.

Incluso, por tener, hasta han tenido éxito los contrarios a la visita, que han podido gozar de su minuto warholiano de gloria en los periódicos de medio mundo.

Por cierto, ¿es necesario ser hortera para protestar contra el Papa? Por supuesto no me refiero a todas las protestas, pero algunas parecían más una pasarela de vulgaridad que una protesta cívica.

Más allá de esta cuestión, queda lo espiritual de la visita, las declaraciones y las polémicas.

En este sentido, algunas cosas.

Una, que no entiendo los aspavientos porque el Papa defienda un modelo de familia o esté contra del aborto.

¿Qué nos esperábamos? ¿Un papa hippy?

Escandalizarse porque el líder de una gran religión preserva su ortodoxia más allá de los tiempos es no entender nada de su papel.

Otra cosa sería que la ortodoxia religiosa hiciera las leyes, pero ahí está precisamente la modernidad, que ha puesto a cada Dios en su casa y a la ley en la de todos.

Por supuesto, este gran mamut que tiene dos mil años de historia va muy lento con los cambios, pero ello es una cuestión que atañe a los católicos, que ya están con sus cuitas desde hace tiempo.

Aunque lógicamente no es de recibo el papel relegado que la Iglesia otorga a la mujer, y queda como metáfora la lacerante imagen de las monjas limpiando el altar.

Y la gratuita polémica sobre los años treinta es un patinazo –o un roucovarelazo– que nos podríamos haber ahorrado.

Pero con todo, Ratzinger deja tras su paso una Sagrada Família engrandecida, una comunidad católica emocionada y un debate abierto sobre el papel de las religiones en la sociedad moderna que es muy necesario.

Y sobre ello ha dicho cosas interesantes.

En definitiva, un viaje positivo para los creyentes, interesante para los descreídos y positivo para la ciudad.

Ojalá otros líderes religiosos aportaran tanto…